Paranoia Al Amarillo Número Cinco

He aquí la genuina intención de convertir el mundo en una fiesta

jueves, 6 de noviembre de 2014

Parosmia






Definición de parosmia:

Dícese de cualquier enfermedad o perversión del sentido del olfato, especialmente la percepción subjetiva de olores que no existen




Extraigo calma del hecho de mirar en el retrovisor y notar que nadie me sigue. Cuando llego a la Cota Mil bajo los vidrios y acelero. El viento nocturno inunda el carro. Inhalo. Enciendo el primer cigarrillo de la noche y pongo Cerati en el reproductor. Bocanada.

La primera vez que sentí el olor de Caracas fue en un concierto de Sentimiento Muerto. El local estaba inundado por una bruma de cigarrillos y monte. Un centenar de hombres y mujeres sudorosos y enajenados gritábamos “¡Eeeeva se marchó....!” y, entre el primer y el segundo coro, tuve una epifanía, quizás ocasionada por la falta de oxígeno en mi cerebro por el hervidero de gente en el que estaba. Esa mezcla de sudor con humo con caña era el olor natural de Caracas, como si se hubiese abierto una grieta en el piso y la ciudad exudara sólo para mí su fragancia. Llamé al pana con el que estaba, Fermín, para comentarle mi hallazgo, cuando una botella de cerveza voló por los aires e impactó en mi nariz. Caí semi-inconsciente y el tipo que la tiró se acercó a ayudarme. Me explicaba que me había confundido con un carajo que le debía plata. Fue ingenuo de mi parte pensar que el olor estaba completo, le faltaba la sangre.

El tipo me arrastró hasta el baño, me limpió la sangre de la cara y me dio un ibuprofeno. Se relajó un poco cuando me doble de la risa por cómo sonaba mi voz con la nariz saturada de sangre y mocos. Me dijo que me iba a ofrecer unas rayas pero que mejor ya no. Volvimos a reír. Le pedí una cerveza y me la trajo.


- Te reventé la nariz, lo menos que puedo hacer es pagarte los tragos

Cuando me recompuse salí y le conté a Fermín. Primero parecía molesto, pero luego vio al tipo trayendo tres birras y se río y dijo que no importaba, que esas vainas pasan. Terminamos cantando ebrios los cover de Janis Joplin que estaba haciendo la banda de relleno. El tipo (Manuel, de ahora en adelante) nos llevó hasta la casa y nos dijo que teníamos que repetir la junta (sin el botellazo). Fermín y yo aceptamos. Caracas lo había hecho otra vez.

Si para algo tiene potencial esta ciudad es para el caos. No me refiero al caos de una intersección sin fiscal ni semáforo, ni a un enjambre de motos trancando el tráfico en nombre de un muerto. Me refiero a un caos metafísico, inherente a este valle. La sucesión de eventos no es lógica ni obedece a ningún patrón reconocible. Pasan de ser sumamente perjudiciales a ser una fiesta con una rapidez pasmosa. Todos, queriendo o no, nos acoplamos a este desorden superior. Es un caos perfecto y hermoso a su manera.

Aumento la velocidad y le subo el volumen a la música. Especialmente de noche se evidencia la dualidad de la ciudad: otrora desbordada de peatones y buhoneros, después de las once es la ciudad fantasma más grande del mundo.

El olor preciso de la capital ha sufrido mutaciones desde aquella vez. Siempre que lo noto presagia algo, y ese presagio termina agregando algún matiz olfativo nuevo. Por ejemplo, Fermín tiene un amigo que quedó huérfano y heredó una quinta con piscina, una pila de cuentas off-shore, fideicomisos y un par de patentes. También le gusta Cerati y la cocaína tanto como le gustaba a Cerati, pero ese es otro tema. La razón de que Guillermo entre en la historia es que cada cierto tiempo bota la casa por la ventana en festejos apoteósicos. Unos juegos votivos cada dos sábados al mes celebrando (y con toda razón) que seguía vivo.

Cuando alguna de esas reuniones llegaba a lo que Fermín y yo llamábamos “El acabose” los amigos de Guillermo perdían por completo el control de sus escasas neuronas. La cantidad de droga que desplegaban hubiese hecho palidecer a Keith Richards, y estamos hablando de un hombre que cortaba su coca con las cenizas de su padre.

En una ocasión en particular un tipo con dreadlocks hasta las rodillas me ofreció una pastilla diciendo que era éxtasis. La mano le temblaba pero su voz era suave y parecía estar disfrutando. Se la acepté y la bajé con whisky. Tarde un cuarto de hora en empezar a sentir náuseas. Junto con las arcadas vino el olor: toda la casa apestaba a Caracas. Temiendo el presagio decidí ir a un lugar seguro. Mientras caminaba por el borde de la piscina perdí el equilibrio. Me caí de espaldas y quede inconsciente. Antes de desvanecerme sentí la sangre en mi nariz. La había vuelto a olvidar.

Soñé que moría y que entre Guillermo y Fermín me enterraban en el jardín y servía de abono para sus palmeras. Luego le daría mis huesos a las hienas que, meses atrás, me había dicho que compró. No era el tipo de muerte que esperaba. Por suerte Caracas no me iba a soltar tan fácil.

Se está despertando

Abrí los ojos. Tenía la expresión lastimera de los rabipelados cuando les pega la luz del carro. Por un instante ratifiqué que estaba muerto: tenía delante de mí a una virgen María catira de tez blanca brillante. Hice una mueca que pretendía ser sonrisa. Le pregunté qué pasó

- Te desmayaste y te caíste en la piscina. Casi te ahogas – me contestó reprimiento la risa

Estaba sonando Melancholyc Hills de Gorillaz y todavía estaba lo suficientemente drogado como para pensar que tenía alguna oportunidad con ella. Caracas se había encarnado y me venía a compensar.

-  ¿Cosmdna e lamas?
-  Verónica
-  Dsu… Dsssu… Dssuu…

No aguantó la risa y estalló su carcajada en mi cara. Nos reímos hasta que yo dejé de hacer intentos por comunicarme y me limité a tararear la canción. Ella se la sabía al dedillo.

Well, you can't get what you want, but you can get me
So let's set up and see, love
'Cause you are my medicine
When you're close to me, when you're close to me

Fue obvio para ambos que nos volveríamos a ver.

Ella resultó ser nieta de abuelos holandeses que se vinieron a vivir acá en los sesenta. Tocaba la guitarra y cantaba en inglés. Siempre quiso llamarse Clementine.

El olor de Caracas mutó con un nuevo matiz que involucraba su perfume. Empecé a ver la ciudad como parte de ella y a ella como parte de la ciudad. Piezas indivisibles porque, al final, eran lo mismo. Por lo anterior no fue una relación tranquila, sino un péndulo de peleas, sexo a las apuradas y esperanza decadente. Nunca había sido tan feliz en mi vida. Pero Caracas… Caracas no iba a permitir que eso durara.

Como Manuel estudiaba en la UNEFA a veces íbamos a beber con sus compañeros a una plaza cercana a la universidad. Sí, es ilegal beber en vía pública, pero esto es Caracas. Aquí las cosas obedecen a un propósito superior que está por encima de las leyes. El plan era beber un sucedáneo barato de vodka hasta que se hiciera de noche y luego colarnos en alguna película del Trasnocho. Yo iba a su casa y de ahí salíamos a Chuao. Pero si quieres hacer reír a esta ciudad, cuéntale tus planes.

Llegué y la esperé abajó quince minutos. Llevaba una camiseta de la Big Brother and the Holding Company y un short largo. Encendía un Marlboro rojo entre sus labios y me pasaba el humo con el primer beso del día. La moto frenó al lado nuestro y un tipo con un revólver nos pidió el celular. Le di el mío e hizo un amago de irse cuando fijó su mirada en Verónica.

-  ¿Y el tuyo mami?
-  Lo… lo dejé arriba
-  No me hagas arrechar, dame el teléfono o te doy un pepazo
-  Lo deje arriba en serio – se sacó los bolsillos. Yo estaba en una especie de trance
-  A verga…

La moto reanudó la marcha y el sonido del motor me devolvió a la realidad. Al principio no noté que fue un disparo. En segundos la moto fue un punto ininteligible en el horizonte de la calle. La bala había entrado en su pecho sin agujero de salida. Empecé a gritar y a hacer aspavientos. La gente comenzó a rodearnos y en media hora llegó una ambulancia. Tenía rato muerta. El olor de Caracas volvió como nunca lo había hecho. Sentí que me perforaba la nariz y el cráneo hasta dividirme el cerebro en dos. Volvió a mutar el aroma. Se añadió la pólvora.

Después de eso tuve un par de intentos de suicidio. Me diagnosticaron síndrome de estrés post-traumático y parosmia aguda. Tengo derecho a dos recipientes naranja por mes que contienen calma encapsulada.

Cuando veo la advertencia de curva peligrosa, prefiero hacerle caso a Cerati

Cuando no hay más que decirnos
me hago uno con el humo

Esta es la primera vez en años que percibo el olor de Caracas.





No hay comentarios:

Publicar un comentario