Definición de parosmia:
Dícese de cualquier enfermedad o perversión del sentido del olfato, especialmente la percepción subjetiva de olores que no existen
Dícese de cualquier enfermedad o perversión del sentido del olfato, especialmente la percepción subjetiva de olores que no existen
Extraigo calma del hecho de mirar en el
retrovisor y notar que nadie me sigue. Cuando llego a la Cota Mil
bajo los vidrios y acelero. El viento nocturno inunda el carro.
Inhalo. Enciendo el primer cigarrillo de la
noche y pongo Cerati en el reproductor. Bocanada.
La primera vez que sentí el olor de
Caracas fue en un concierto de Sentimiento Muerto. El local estaba
inundado por una bruma de cigarrillos y monte. Un centenar de hombres
y mujeres sudorosos y enajenados gritábamos “¡Eeeeva se
marchó....!” y, entre el primer y el segundo coro, tuve una
epifanía, quizás ocasionada por la falta de oxígeno en mi cerebro
por el hervidero de gente en el que estaba. Esa mezcla de sudor con
humo con caña era el olor natural de Caracas, como si se hubiese
abierto una grieta en el piso y la ciudad exudara sólo para mí su
fragancia. Llamé al pana con el que estaba, Fermín, para comentarle
mi hallazgo, cuando una botella de cerveza voló por los aires e
impactó en mi nariz. Caí semi-inconsciente y el tipo que la tiró
se acercó a ayudarme. Me explicaba que me había confundido con un
carajo que le debía plata. Fue ingenuo de mi parte pensar que el
olor estaba completo, le faltaba la sangre.
El tipo me arrastró hasta el baño, me
limpió la sangre de la cara y me dio un ibuprofeno. Se relajó un
poco cuando me doble de la risa por cómo sonaba mi voz con la nariz
saturada de sangre y mocos. Me dijo que me iba a ofrecer unas rayas
pero que mejor ya no. Volvimos a reír. Le pedí una cerveza y me la
trajo.
- Te reventé la nariz, lo menos que
puedo hacer es pagarte los tragos
Cuando me recompuse salí y le conté a
Fermín. Primero parecía molesto, pero luego vio al tipo trayendo
tres birras y se río y dijo que no importaba, que esas vainas pasan.
Terminamos cantando ebrios los cover de Janis Joplin que estaba
haciendo la banda de relleno. El tipo (Manuel, de ahora en adelante)
nos llevó hasta la casa y nos dijo que teníamos que repetir la
junta (sin el botellazo). Fermín y yo aceptamos. Caracas lo había
hecho otra vez.
Si para algo tiene potencial esta
ciudad es para el caos. No me refiero al caos de una intersección
sin fiscal ni semáforo, ni a un enjambre de motos trancando el
tráfico en nombre de un muerto. Me refiero a un caos metafísico,
inherente a este valle. La sucesión de eventos no es lógica ni
obedece a ningún patrón reconocible. Pasan de ser sumamente
perjudiciales a ser una fiesta con una rapidez pasmosa. Todos,
queriendo o no, nos acoplamos a este desorden superior. Es un caos
perfecto y hermoso a su manera.
Aumento la velocidad y le subo el
volumen a la música. Especialmente de noche se evidencia la dualidad
de la ciudad: otrora desbordada de peatones y buhoneros, después de
las once es la ciudad fantasma más grande del mundo.
El olor preciso de la capital ha
sufrido mutaciones desde aquella vez. Siempre que lo noto presagia
algo, y ese presagio termina agregando algún matiz olfativo nuevo.
Por ejemplo, Fermín tiene un amigo que quedó huérfano y heredó
una quinta con piscina, una pila de cuentas off-shore, fideicomisos
y un par de patentes. También le gusta Cerati y la cocaína tanto
como le gustaba a Cerati, pero ese es otro tema. La razón de que
Guillermo entre en la historia es que cada cierto tiempo bota la casa
por la ventana en festejos apoteósicos. Unos juegos votivos cada dos
sábados al mes celebrando (y con toda razón) que seguía vivo.
Cuando alguna de esas reuniones llegaba
a lo que Fermín y yo llamábamos “El acabose” los amigos de
Guillermo perdían por completo el control de sus escasas neuronas.
La cantidad de droga que desplegaban hubiese hecho palidecer a Keith
Richards, y estamos hablando de un hombre que cortaba su coca con las
cenizas de su padre.
En una ocasión en particular un tipo
con dreadlocks hasta las rodillas me ofreció una pastilla diciendo
que era éxtasis. La mano le temblaba pero su voz era suave y parecía
estar disfrutando. Se la acepté y la bajé con whisky. Tarde un
cuarto de hora en empezar a sentir náuseas. Junto con las arcadas
vino el olor: toda la casa apestaba a Caracas. Temiendo el presagio
decidí ir a un lugar seguro. Mientras caminaba por el borde de la
piscina perdí el equilibrio. Me caí de espaldas y quede
inconsciente. Antes de desvanecerme sentí la sangre en mi nariz. La
había vuelto a olvidar.
Soñé que moría y que entre Guillermo
y Fermín me enterraban en el jardín y servía de abono para sus
palmeras. Luego le daría mis huesos a las hienas que, meses atrás,
me había dicho que compró. No era el tipo de muerte que esperaba.
Por suerte Caracas no me iba a soltar tan fácil.
Se está despertando
Abrí los ojos. Tenía la expresión
lastimera de los rabipelados cuando les pega la luz del carro. Por un
instante ratifiqué que estaba muerto: tenía delante de mí a una
virgen María catira de tez blanca brillante. Hice una mueca que
pretendía ser sonrisa. Le pregunté qué pasó
- Te desmayaste y te caíste en la
piscina. Casi te ahogas – me contestó reprimiento la risa
Estaba sonando Melancholyc Hills
de Gorillaz y todavía estaba lo suficientemente drogado como
para pensar que tenía alguna oportunidad con ella. Caracas se había
encarnado y me venía a compensar.
- ¿Cosmdna e lamas?
- Verónica
- Dsu… Dsssu… Dssuu…
No aguantó la risa y estalló su
carcajada en mi cara. Nos reímos hasta que yo dejé de hacer
intentos por comunicarme y me limité a tararear la canción. Ella se
la sabía al dedillo.
Well, you can't get
what you want, but you can get me
So let's set up and
see, love
'Cause you are my
medicine
When you're close to
me, when you're close to me
Fue obvio para ambos que nos
volveríamos a ver.
Ella resultó ser nieta de abuelos
holandeses que se vinieron a vivir acá en los sesenta. Tocaba la
guitarra y cantaba en inglés. Siempre quiso llamarse Clementine.
El olor de Caracas mutó con un nuevo
matiz que involucraba su perfume. Empecé a ver la ciudad como parte
de ella y a ella como parte de la ciudad. Piezas indivisibles porque,
al final, eran lo mismo. Por lo anterior no fue una relación
tranquila, sino un péndulo de peleas, sexo a las apuradas y
esperanza decadente. Nunca había sido tan feliz en mi vida. Pero
Caracas… Caracas no iba a permitir que eso durara.
Como Manuel estudiaba en la UNEFA a
veces íbamos a beber con sus compañeros a una plaza cercana a la
universidad. Sí, es ilegal beber en vía pública, pero esto es
Caracas. Aquí las cosas obedecen a un propósito superior que está
por encima de las leyes. El plan era beber un sucedáneo barato de
vodka hasta que se hiciera de noche y luego colarnos en alguna
película del Trasnocho. Yo iba a su casa y de ahí salíamos a
Chuao. Pero si quieres hacer reír a esta ciudad, cuéntale tus
planes.
Llegué y la esperé abajó quince
minutos. Llevaba una camiseta de la Big Brother and the Holding
Company y un short largo. Encendía un Marlboro rojo entre sus
labios y me pasaba el humo con el primer beso del día. La moto frenó
al lado nuestro y un tipo con un revólver nos pidió el celular. Le
di el mío e hizo un amago de irse cuando fijó su mirada en
Verónica.
- ¿Y el tuyo mami?
- Lo… lo dejé arriba
- No me hagas arrechar, dame el
teléfono o te doy un pepazo
- Lo deje arriba en serio – se
sacó los bolsillos. Yo estaba en una especie de trance
- A verga…
- A verga…
La moto reanudó la marcha y el sonido
del motor me devolvió a la realidad. Al principio no noté que fue
un disparo. En segundos la moto fue un punto ininteligible en el
horizonte de la calle. La bala había entrado en su pecho sin agujero
de salida. Empecé a gritar y a hacer aspavientos. La gente comenzó
a rodearnos y en media hora llegó una ambulancia. Tenía rato
muerta. El olor de Caracas volvió como nunca lo había hecho. Sentí
que me perforaba la nariz y el cráneo hasta dividirme el cerebro en
dos. Volvió a mutar el aroma. Se añadió la pólvora.
Después de eso tuve un par de
intentos de suicidio. Me diagnosticaron síndrome de estrés
post-traumático y parosmia aguda. Tengo derecho a dos recipientes
naranja por mes que contienen calma encapsulada.
Cuando veo la advertencia de curva
peligrosa, prefiero hacerle caso a Cerati
Cuando
no hay más que decirnos
me hago uno con el humo
me hago uno con el humo
Esta es la primera vez en años que
percibo el olor de Caracas.
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